Autor: Bárbara Evangelista.
Abro los ojos despertando un día más. En unas cuantas horas recibiré la llamada que cambiará mi vida como consumidora.
Suena el teléfono y me dan la noticia de que he sido aceptada en la empresa de normalización y certificación; todavía no entiendo nada la industria, pero suena importante y me brinda expectativas sobre lo mucho que podré aprender.
Bastó el periodo de inducción para saber que tendrían que pasar un par de años para comprender la totalidad; me engañaba, después de 5 sigo ignorando bastante.
Recuerdo que en mi adolescencia empecé a tener noción de las llamadas NOM e ISO, pero no tenía remota idea de lo que implicaba cada una; realmente sigo sin saberlo.
Fue a través de una serie de conferencias y de involucrarme directamente con las capacitaciones que brindaban, que fui comprendiendo todo lo que había detrás, estaban dirigidas a estudiantes y el lenguaje era bastante amigable para que todos lo comprendieran.
Los especialistas hacían énfasis en que el conocimiento de la industria de la Evaluación de la Conformidad debería hacernos conscientes como consumidores de la importancia de adquirir objetos certificados y, con cada ejemplo, me venían a la mente las noticias de luces de navidad que terminaban en incendio, consumo de alimentos que resultaban en intoxicación… Increíble la importancia que tiene para comernos un dulce o hasta para saber que una llanta tiene fecha de caducidad.
En todos los ámbitos de la vida nos rodeamos de frases populares, los famosos dichos, los cuales se consideran sabios y flexibles a ser aplicados en cualquier situación. Con el conocimiento de esta industria y la consciencia sobre la calidad que debemos pagar y la manera inconsciente con que consumimos (no por gusto, sino por ignorancia) tenemos miles y miles de opciones (económicas en muchas situaciones, y que son más accesibles para toda la población) que no son de calidad, pero que existen porque no exigimos otra cosa: “tenemos el mercado que merecemos”.
No diré que he cambiado por completo mi forma de consumo, aun con sellos sigo consumiendo frituras (que además vienen casi vacías), pero procuro revisar que cosas de mayor duración estén certificadas; comprendí que es por seguridad mía y de mi familia.
Entiendo que todo es una consecuencia cultural, nadie nos enseña a comprar y mucho menos a saber cómo exigir, pero en cada ocasión que puedo brindo información a mis seres cercanos y procuro transmitir un poco de la gran importancia de los estándares y su cumplimiento. Deseo que un día merezcamos que nos ofrezcan solo calidad en lo que compramos.
Vivir conscientes de las normas y su aportación, es todo un estilo de vida que ha ido permeando poco a poco la mía. ¿Tú, eres consciente de esta industria en tu día a día?